¿Qué le pasó realmente a July Mateo? El monje del merengue que quedó en el olvido.


**La Última Nota de un Ícono: Adiós a Rasputín, el Monje del Merengue**

La música dominicana se encuentra de luto tras la sorpresiva muerte de Juli Mateo, conocido como Rasputín, quien falleció el pasado sábado a los 63 años, tras una larga batalla contra las secuelas de un accidente cerebrovascular. Este maestro del merengue, que llenó de ritmo y alegría las fiestas de generaciones, dejó un legado imborrable que sigue resonando en los corazones de quienes lo escucharon.

Nacido el 23 de septiembre de 1955 en Asua, Rasputín fue mucho más que un trompetista; fue un verdadero maestro que dedicó su vida a la música. Desde sus inicios, su pasión por la trompeta lo llevó a formar parte de orquestas legendarias como Los Hijos del Rey y la de Wilfrido Vargas, donde brilló por su talento y su inigualable capacidad de arreglista. Su apodo, que surgió de una anécdota en la Marina de Guerra, se convirtió en sinónimo de excelencia en el merengue de los años 80.

A pesar de los altibajos en su carrera, incluido un retiro temporal de la industria, Rasputín nunca dejó de crear. Su canción “Oye” se convirtió en un himno, resonando en cada rincón de las Antillas y Sudamérica. Sin embargo, su vida personal estuvo marcada por desafíos, incluyendo dos derrames cerebrales que afectaron su salud, pero su espíritu indomable nunca se apagó.

Rasputín también fue un hombre de amor y familia. Se casó tres veces y fue padre de seis hijos, dejando un legado que trasciende la música. Su vida terminó en soledad, pero su música continúa viva, llenando de nostalgia y alegría los recuerdos de quienes bailaron al son de su trompeta.

El legado de Rasputín es eterno. Su partida deja un vacío en el merengue, pero su música seguirá sonando en cada fiesta y celebración, recordándonos que, aunque físicamente ya no esté, su espíritu vive en cada acorde. La comunidad artística lamenta su pérdida, pero celebra su vida y su impresionante contribución al mundo de la música. ¡Hasta siempre, Rasputín!