En un acontecimiento sin precedentes, la inauguración del Papa León XIV ha resaltado la rica herencia de la tradición católica oriental, incorporando símbolos y gestos que subrayan la unidad y diversidad de la Iglesia. Durante la ceremonia, que tuvo lugar en la Basílica de San Pedro, se observaron cinco símbolos significativos que reflejan la profunda conexión del Papa con las iglesias orientales, un paso que podría redefinir el diálogo ecuménico en un momento en que la cohesión es más necesaria que nunca.
El primer símbolo fue la presencia de los patriarcas de las iglesias católicas orientales en la tumba de San Pedro. Este acto no solo representó una formalidad, sino una declaración poderosa de que la comunión en la Iglesia no se basa en la uniformidad, sino en la unidad en la diversidad. La inclusión de estas figuras junto al Papa envió un mensaje claro: los cristianos orientales son esenciales en la vida de la Iglesia, no meros invitados.
En segundo lugar, la proclamación del Evangelio en griego y latín fue un momento de equilibrio litúrgico. Al unir ambos idiomas, el Papa León XIV enfatizó que la Palabra de Dios trasciende las barreras lingüísticas, uniendo a los fieles en una sola fe. Este gesto de sanación es un llamado a superar divisiones históricas entre las tradiciones oriental y occidental.
La tercera señal fue la presencia del ícono de Nuestra Señora de Buen Consejo, que simboliza una conexión maternal entre Oriente y Occidente. Este ícono, con características orientales, invita a la contemplación y refleja la devoción mariana del Papa, fusionando las tradiciones de ambos hemisferios.
Otro símbolo notable fue el asterisco utilizado durante la consagración del pan, un objeto que representa la estrella de Belén. Su inclusión en la misa fue un reconocimiento del rico patrimonio de la liturgia oriental y una reafirmación de que estos símbolos son parte integral de toda la Iglesia.
Finalmente, al concluir la misa con el saludo pascual “Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado”, el Papa se adentró en el latido lingüístico de las iglesias orientales, uniendo a todos en un acto de proclamación conjunta de la resurrección.
Estos cinco símbolos no fueron meros adornos; fueron declaraciones profundas de que la tradición oriental es central en la vida católica. En un mundo fracturado, el mensaje del Papa es claro: somos una sola Iglesia, un altar, un Señor.