Los pilotos y equipos de Fórmula 1 están furiosos con la FIA tras el desastre del Gran Premio de Mónaco, que prometía una revolución en una de las carreras más predecibles del calendario. Lo que debería haber sido un cambio radical se convirtió en un espectáculo decepcionante, donde la introducción de una estrategia de dos paradas obligatorias fracasó estrepitosamente. En lugar de fomentar estrategias agresivas y emocionantes adelantamientos, los competidores se encontraron atrapados en un juego de ajedrez táctico, donde las piezas apenas se movían.
La carrera se desarrolló sin la acción esperada, con los primeros cuatro pilotos terminando exactamente en el orden en que comenzaron. A pesar de la estrategia de dos paradas, los intentos de sobrepasar a los rivales resultaron prácticamente imposibles debido a la falta de espacio en el estrecho circuito. Lando Norris se llevó la victoria, un hito en su carrera, pero su triunfo quedó ensombrecido por la falta de emoción en la pista.
La frustración era palpable en el paddock. Martin Brundle, ex piloto y comentarista, expresó su descontento: “No me gustan estas regulaciones. Esto debería ser sobre excelencia, no sobre que los pilotos vayan lentamente”. Las tácticas desesperadas de los equipos, como las de Red Bull y Williams, que intentaron manipular las reglas a su favor, solo subrayaron la crisis existencial que enfrenta la Fórmula 1 en Mónaco.
Con la falta de acción real, la carrera se sintió más como un desfile que como una competencia. La FIA se enfrenta a una encrucijada: debe considerar cambios drásticos en el circuito o admitir que la tradición no puede justificar la estancación. La sensación general es que, sin cambios estructurales, Mónaco se convertirá en una simple procesión con puntos de campeonato adjuntos. Si algo debe cambiar, debe ser pronto, porque lo que se vivió este fin de semana no es lo que la Fórmula 1 representa.